¿Competir o Cooperar? - 3ra. parte
¿Es posible competir y cooperar o son términos excluyentes?
Analizar
si es posible competir y cooperar
depende de la concepción del hombre y de la Sociedad que tenga cada uno. En mi opinión es perfectamente posible
combinarlas, siempre que:
-
Se
entienda que, en función de esas concepciones, se le atribuirá
distintos significados y sentidos tanto a una palabra como a la otra.
-
La
práctica que surja de esos diferentes sentidos y significados, será
también totalmente otra.
Reflexionar
sobre estos temas, significa reflexionar también sobre esos valores
mencionados. En torno a ellos y como para ir dando la bienvenida a las
discusiones que se puedan suscitar, les digo que una persona puede valorar
cosas que para otros son deleznables. Es por eso que se suele decir que la
elección de determinados valores supone una concepción de lo deseable.
Además,
ellos, los valores, siempre han estado en crisis. Lo que significa que al
hombre nunca le alcanza una realidad y se la pasa construyendo otras,
alternativas. De manera que a no sorprenderse si no opinamos lo mismo
sobre cooperación
y competencia.
Los
profesores Dora Franchina y Hugo Guinguis,
expresan que "cooperar
es obrar conjuntamente con otras personas a fin de alcanzar un fin común".
Lo que implica ponerse de acuerdo con el otro y emprender una acción con
un objetivo compartido. Imposible negar la importancia formativa de
desarrollar esta capacidad.
En
cuanto al concepto y sentido de competir
y de la competencia, lo primero
que quiero decirles es que el inmenso desafío pedagógico que afrontamos
es lograr que haya competitividad, sin que se rompan los lazos solidarios.
Todos ustedes aceptarán que hay que evitar que las personas que practican
y aprenden deportes se transformen en
bandas que se agreden para ver quién se destaca. Pero tampoco se puede
imaginar una sociedad en la que las personas más aptas no dispongan de
mecanismos para destacarse. Sin duda, el Deporte, en su variante
competitiva de máximo nivel, con toda la espectacularidad que demuestra,
puede ser uno de esos caminos. Desde ese punto de vista hay que darle la
bienvenida a la confrontación en búsqueda de la excelencia.
Claro
que, por suerte, también existen otros caminos de búsqueda de la
trascendencia y la perfección: el arte, la ciencia, la religión, la
filosofía y todos los territorios en que se manifiesta la cultura humana.
Hablando
de cultura, citemos a Freud. En su libro "El malestar en la
cultura", dice: "El problema consiste en cómo desarraigar el máximo
obstáculo que se opone a ella: la inclinación constitucional de los seres humanos a agredirse unos a otros".
El
Deporte y el Juego, en cualquier ámbito, posibilitan la exteriorización
de esa agresividad con una excusa socialmente válida. Pero cuando esa
agresividad es exacerbada por un contexto cultural que la aprueba como un
valor y la incentiva con cánticos y frases que estimulan "el poner
lo que hay que poner", es fácil que surja la violencia. Inclusive,
puede decirse que es casi lógico que surja, dado que el circunstancial
adversario es el que está impidiendo la consecución del placer. ¿Cuál
es ese placer? Ganar el juego.
Desde
esa comprensión, la competencia, al menos debe ser encauzada.
La
monumental tarea que le corresponde a los maestros del cuerpo, aún a
aquellos que se desempeñan en ámbitos deportivos profesionalizados,
consiste en comprender que tal como lo expresa Cagigal, "El carácter
competitivo del Deporte es el condicionante básico de la
espectacularidad. Y esta espectacularidad lo ha llevado a su impresionante
éxito social". "Pero en la sociedad en la que vivimos,
desmesuradamente competitiva, tal ingrediente tiende a convertirse en un
elemento absorbente y casi único, en su desproporcionado centro".
"La competencia en el Deporte contemporáneo es como una embriaguez
necesaria y, con su incremento sensacionalista, ebriedad permanente".
Y
después de haber comprendido las diferencias que quiere establecer
Cagigal con la metáfora de la embriaguez y la ebriedad,
hace falta actuar estableciendo límites y diferenciando.
Porque cuando esa ebriedad permanente se traslada al Deporte como práctica
social o al Deporte en la escuela, esos límites se tornan imprescindibles.
Si los partidos de fútbol de solteros contra casados terminan demasiadas
veces a las patadas o es
frecuente observar que los profesores de Educación Física arengan a sus
noveles jugadores, como si
los estuviese mandando a la guerra, hay que ponerse a pensar que el
intento por integrar a las actividades físicas como parte de la cultura,
ha fracasado.
Por eso, todo programa cultural, también uno que se proponga actuar desde lo corporal, debe oponerse a la pulsión agresiva natural de los seres humanos que se patentiza, tal como lo dijimos, en la hostilidad de uno contra todos y de todos contra uno.
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